3 lugares que me gustan de Tarragona (#BlogosferaTGN)
Cuando desde Tarragona Cultura me propusieron participar en la iniciativa #BlogosferaTGN y publicar mis 3 lugares favoritos de la ciudad, en seguida acepté sin pararme a pensar que escoger solo tres lugares no iba a ser tan sencillo.
Para mí el mayor encanto de Tarragona reside en su conjunto y no en un elemento concreto. Es cierto que el Anfiteatro, las playas o la Catedral son lugares emblemáticos y preciosos que pueden ser buenos embajadores de la ciudad, pero es complicado concebirlos sin su entorno. No puedo pensar en la costa sin pararme un momento en el Serrallo, ni concebir la Catedral sin embriagarme del ambiente de la Part Alta en todo su conjunto. A ello se añade la dificultad de hace ya meses que otros compañeros bloggers (estupendos, por cierto) han ido escogiendo sus lugares y configurando un mapa súper completo que podéis ver aquí.
Al final, me he decidido por tres lugares que tienen, para mí, cierto valor emocional más allá de su belleza o su función, y que no quiero llamar «lugares favoritos» sino, simplemente, «lugares que me gustan de Tarragona». Aquí los tenéis:
Escala Reial del Moll de Costa: un rincón fuera del mundo
Esta escalera junto al puerto de la ciudad es uno de mis lugares favoritos para leer, escribir o pensar, junto con el tramo de rocas entre las playas de El Miracle y l’Arrabassada (que ya retrató Laia Díaz en Històries d’una Càmera).
El mar, desde mi origen atlántico hasta mi adopción mediterránea, siempre me ha aportado serenidad y la impagable sensación de estar en casa. El movimiento hipnótico del agua, el inconfundible olor a salitre y la tranquilidad de la zona hacen que pueda olvidar, aunque solo sea por un momento, el resto del universo.
Y, después de la lectura, nada mejor que un paseo por el Serrallo o por alguna de las exposiciones de los tinglados del Moll de Costa. Una dosis imprescindible de brisa marina para una moradora de la Part Alta.
Lo gat: cenando con Jacques Tati
Si uno entra en Lo Gat, lo primero que verá, muy probablemente, será la gran cantidad de carteles cinematográficos que decoran sus paredes. Lo siguiente, las originales velas sobre botellas de vino en las que, cera sobre cera, se va marcando el paso de los años como un recordatorio de la fugacidad, con formas tan curiosas que tal vez en ellas se pueda leer el futuro (o, con más certeza, el pasado y el presente). Y, con un poco de suerte, el visitante verá a su dueño, Gavi, una persona encantadora que da los abrazos más cálidos del universo.
Con Gavi nos encontramos la primera vez que cenamos allí las chicas de Seven6, cuando todavía teníamos al jefe Charlie al mando de nuestro comando teatral. Él nos descubrió este lugar, esta pequeña cueva cinéfila en la que, además del ambiente cálido y las charlas agradables, se puede disfrutar de unas deliciosas tostadas con nombres como «París,Texas» o «Soy un espía ruso». Allí descubrimos Mon Oncle, que luego devoramos y añadimos instantáneamente a nuestra lista de favoritas, y allí nos hicimos un poco más lo que somos ahora. En mi recuerdo (y en mi estómago), las reuniones teatrales no podrían tener mejor emplazamiento.
Kino: el País de las Maravillas
El gran reloj que encontraréis a la entrada de este pequeño bar situado en la Plaça del Pallol es un elemento paradójico; probablemente la dulce y teatral Silvana lo puso allí para confundirnos a todos, pues parece que en el Kino no pase el tiempo. O que, una vez entras o te sientas en su terraza, pases a vivir en un tiempo paralelo. A veces da la sensación de haberse dormido, pues de repente se presentan allí las situaciones más oníricas.
Recuerdo especialmente una noche que pasé allí con Annabel (una de las primeras que pasé allí, de hecho), y en la que ninguna de las dos quisimos marcharnos a casa a cenar por ver cómo terminaba el sueño. En la trastienda del Kino hay una guitarra. Pero no se lo digáis a nadie, es un secreto. Cuando Núria o Silvana la sacan, aparecen los boleros de Roberto, te abraza la voz de Soledad, o se acercan la sonrisa y el rasgueo de Julio. O los desconocidos de la mesa de al lado resultan ser un estupendo dueto francés que ameniza la noche y provoca cálidos aplausos entre los improvisados fans.
Y otros días no pasa nada. Absolutamente nada. Y el Kino vuelve a ser la raíz de un árbol que esconde el País de las Maravillas.
Bonus track (y no por ello menos importante): la farola de L’Oliva
Debo confesar que uno de los lugares escogidos para este post era, originalmente, una farola situada en L’Oliva. Pero no la encontré. Bajo esa farola está el lugar (aparentemente) más inhóspito en el que he actuado con mis queridas Seven6, y para mí representa que no hay lugar donde la cultura no pueda ir, y que el lugar más bonito del mundo no es otro que allí donde ella esté, siempre y cuando haya quien la reciba con los cinco sentidos. Tomad nota y moved el culo. He dicho.
P. D.: Como parte de la iniciativa #BlogosferaTGN también me han hecho escoger un objeto cultural que me llevaría a una isla desierta. Si os apetece saber cuál es, podéis ver la entrada que me han dedicado en el blog de Tarragona Cultura haciendo clic aquí